Sanación espiritual

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En lo profundo del corazón del Congo, el cristianismo se presenta en muchas formas y prácticas, como resultado de una mezcla extraña entre esta religión implantada por Occidente y las creencias tradicionales de la población local.


La misa

Es domingo por la mañana en el corazón de Congo. A medida que sale el sol, las láminas de chapa que sirven de techo a la precaria estructura de madera de la iglesia Lasys Zinphirin se dilatan, convirtiendo la nave, por lo demás fresca, en un horno de microondas. Al igual que en la mayor parte del África subsahariana, este es el día en que la espiritualidad cobra vida en la miríada de iglesias clandestinas que se encuentran diseminadas por todo el continente. Cada uno confía en la Biblia para dar su propia interpretación, cada uno creando otra variación del cristianismo y cada uno, a su vez, evolucionando hacia una nueva forma de fe con sus características únicas.

La misa está en pleno apogeo, el pastor Nicolás se destaca prominentemente dentro de un púlpito hecho de paredes de barro parcialmente cubierto con una bandera sucia con una cruz roja. Delante de él yace una antigua Biblia abierta, una campana de bronce al lado y su teléfono móvil en el lado opuesto. El pequeño grupo de devotos de la aldea se sienta a su alrededor, casi intimidado por su imponente presencia. Escuchan atentamente, mientras él predica apasionadamente el sermón del día en Lingala. Grita las palabras del Señor moviéndose vigorosamente, alzando sus brazos, balanceándolos con fervor y señalando con los dedos. Sus discípulos permanecen callados, las monjas y los sacerdotes se sientan a su lado en actitud de respeto y admiración, y los monaguillos baten los tambores con total emoción cuando los alienta a hacerlo.

A medida que avanza el sermón, los aldeanos siguen llegando en pequeños números llevando bidones de plástico llenos de agua como ofrenda. Los dejan en un arenero junto al altar y toman asiento en los bancos hechos de troncos de árboles. Luego de un rato, el pastor Nicolás le pasa la Biblia a dos devotos para que continúen leyendo pasajes de la misma. Mientras tanto, él va por ahí usando un palo de madera para rociar el agua traída como ofrenda para bendecir a sus acólitos. Tan pronto como todos son bendecidos, se arrodillan y comienzan a invocar a Dios y a los espíritus para solicitar su ayuda. Se están preparando para la segunda mitad de esta santa reunión.

Tortura espiritual

Es hora de usar el poder sanador del Señor. El pastor Nicolás es el medio, en este pequeño pueblo de la tierra, dotado con el poder de sanar a aquellos que pasan por el dolor y el sufrimiento. Reza unos minutos solo mientras los demás traen a una anciana del patio detrás de la iglesia. Ella está visiblemente en profundo dolor y apenas puede caminar. Los acólitos la ayudan a sentarse donde ordena el pastor, y para entonces su estado de ánimo ha cambiado, como si estuviera a punto de enfrentarse a algunos poderes malvados.

Tan pronto como la mujer afligida se sienta, el Pastor Nicolás se vuelve hacia ella con un pequeño cubo de "agua bendita" en una mano y un palo de madera en la otra. Se torna implacable pellizcando su cuerpo con su bastón, gritándole con ira y ordenando a otros que la desvistieran. Ella se ve débil, angustiada, abrumada por el dolor y parece encontrarse rendida. La multitud que los rodea, tanto adultos como niños, observan ceremoniosamente; se ponen de pie y comienzan a cantar y aplaudir para acompañar el ritual.

Ahora la mujer está sentada semi desnuda. La indignación del Pastor aumenta cuando comienza a arrojarle violentamente agua, a veces con tanta fuerza que el sonido resuena en el aire como el de alguien siendo azotado. Ella grita de dolor cuando el agua golpea como un látigo su cara y su cuerpo y llora de desesperación. Pero el pastor está furioso y le grita a los espíritus que la enferman. Él no muestra simpatía alguna. Finalmente, el Pastor Nicolás vierte un cubo tras otro de agua desde arriba de la cabeza de la mujer hasta que queda completamente empapada.

Ahora la curación sigue con una serie de movimientos realizados por el pastor mientras el canto continúa en el fondo. El dolor que le causa a la mujer se refleja en los gestos de su rostro. Sacerdotes y monjas saltan de sus asientos para comenzar a bailar alrededor. Él arrolla su bastón  contra los pechos de la mujer y con presión lo amasa por su cuerpo. Con sus manos le aprieta el estómago y luego se pone de pie para pisar violentamente los pies de la mujer. Finalmente la obliga a pararse tirando de sus brazos hasta estirarlos por completo. El rostro de ella se crispa en agonía mientras él sigue gritando, en lo que ahora parece ser un dialecto incomprensible. Ella apenas puede moverse, llora,  se sostiene en el aire, pero inmediatamente se desmorona de nuevo sobre su silla tan pronto como es liberada.

Luego le sigue un momento de silencio. El pastor Nicolás se tranquiliza y todos se callan. Es un momento de contemplación, de oración. Se enciende una vela y la coloca sobre la cabeza de la mujer mientras todos rezan y le dan tiempo para descansar antes de que continúe el ritual de curación. El único sonido ahora es el fuerte golpe de la campana de bronce alrededor de la cabeza y el susurro de las oraciones del Pastor.

Afuera, el sol está alto. Es casi mediodía, el espacio interior de la iglesia ahora arde caliente y húmedo. Ni la más mínima brisa de aire sopla a través de la estructura. Todo el entorno se parece más que nunca a estar en el infierno.

De repente, el canto comienza a resonar paulatinamente in-crescendo, lentamente llenando el espacio de silencio. Cuando llega a su punto culminante, el pastor Nicolás le quita la vela a la mujer de la cabeza. Las palmas vuelven a aplaudir, los tambores palpitan y el baile se reanuda. Las monjas entran en un estado de trance y comienzan a arremolinarse alrededor de la anciana. Giran frenéticamente, aleatoriamente, un giro en círculos, arriba y abajo caules hechiceras lanzando un hechizo. Se acercan como si trataran de sacar a los malos espíritus del cuerpo de la mujer.

Luego de la ronda, las monjas corren hacia la parte trasera de la iglesia y se quedan en estado de delirio, sus cuerpos temblando y sus bocas balbuceando, como si estuvieran tratando de sacudirse algún espíritu de otro mundo que se ha apoderado de sus cuerpos. El pastor, también en estado de trance, entra y sale corriendo de la iglesia histéricamente, salpicando toda la iglesia y la cruz de madera del frente con "agua bendita". Está gritando incoherentemente, moviéndose apresuradamente de un lugar a otro antes de regresar a la desesperada mujer.

Ahora los sacerdotes ayudan a la mujer a recostarse en el suelo ya que su purificación nunca parece terminar. Yaciendo en el piso, impotente, con lágrimas de miseria corriendo por su rostro, es rodeada de nuevo por los feligreses. El círculo interno incluye al pastor, los sacerdotes y las monjas que siguen yendo y viniendo desde la parte de atrás hasta el frente del la iglesia. Inmediatamente detrás y alrededor de todos ellos, los devotos siguen cantando y aplaudiendo.

Es entonces cuando un joven sacerdote que ha estado en el servicio desde el comienzo entra en escena. Él mismo está en estado de trance, y con furia desata su ira con dedos acusadores y una mirada malévola sobre la mujer, que todavía está tendida en el suelo. La tensión se acumula en el aire; el calor, el canto y el aplauso se vuelven hipnóticos. Parece que ya no estamos más en esta dimensión, todos están desempeñando un papel para contribuir al desarrollo de este vertiginoso ritual y, en el centro de todo, está esta mujer enferma siendo zarandeada por su salvación.

El joven sacerdote está fuera de control, pierde toda la piedad, grita, maldice, acusa y se sacude de manera espástica. Sus ojos se abultan llenos de enojo cuando comienza a girar en círculos concéntricos, deteniéndose cada unos pocos pasos, saltando como si estuviera corriendo en su lugar, y moviendo la cabeza incontrolablemente. Ahora es él quien está liderando la curación. El pastor se retrae a su púlpito y continúa rezando, pero ahora dirige sus rezos en todas las direcciones y no necesariamente a los presentes.

Pasado el pico de tensión, vuelven a poner de pie a la anciana y, con la ayuda de unas pocas personas, se retira lentamente de la iglesia para regresar a su casilla. En ese momento, todos comienzan a serenarse una vez más y sentarse nuevamente en silencio. Las monjas y los sacerdotes recuperan la conciencia y vuelven a sus propios asientos, pero el joven sacerdote parece incapaz de salir del trance. Sale del recinto y se sienta en el borde de una llanta oxidada de un viejo camión junto a un árbol. Allí se queda gritando y sacudiéndose furiosamente, su imagen es la de alguien que no está en su sano juicio. Él permanecerá allí durante varias horas más hasta la tarde.

De vuelta en la iglesia, ahora el silencio se ha apoderado del espacio, la gente está con los ojos cerrados, la cabeza hacia abajo, las manos juntas y las velas encendidas. El pastor, aislado en los confines de su púlpito, se arrodilla mirando hacia la cruz y levanta los brazos en el aire para una oración final. Todos están allí, excepto el joven sacerdote y la mujer. Durante varios minutos, no hay nada más que silencio, oración y el murmullo distante del sacerdote en trance afuera. La misa y la curación finalmente han terminado y la vida vuelve a la normalidad en la aldea. La anciana está en el patio trasero, sentada, débil debajo de un árbol, posiblemente pensando que, con suerte, el pastor con su poder sanador, le ha quitado el mal que le causa su enfermedad.